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viernes, 4 de octubre de 2024

Meditación de energía alquímica taoísta

 Meditación de energía alquímica taoísta

Dennis William Hauck, Ph.D



Las técnicas de meditación practicadas por los alquimistas de la Edad Media fueron diferentes de lo que consideramos como meditación en estos días. La Meditación Alquimista era una actividad activa y no pasiva, y se enfocaba en utilizar las fuerzas espirituales para la transformación positiva y ciertas manifestaciones específicas. El Alquimista procuraba el trabajar con poderes transcendentales atreves de la meditación para obtener la unión con la mente divina o de alguna manera obtener los poderes transformadores superiores, directamente dentro del trabajo practico del laboratorio o el trabajo personal de su laboratorio interno de su Alma. Hay dos tipos de meditación practicadas por los alquimistas de la época del Renacimiento.
La primera es una tipo de contemplación mística, muy popular entre los buscadores espirituales esa época. La otra es una meditación creada específicamente por los alquimistas y mantenida bajo secreto del público por más de 200 años. 

En sus meditaciones, los alquimistas buscaban encontrar el camino de la luz y la mente que une el mundo de las formas manifestadas con los ideales divinos que son la fuente de todo. Los alquimistas creían que podían conectarse con la mente divina a través de la purificación de su propia conciencia y la meditación profundamente concentrada.
Si bien ocultaron su verdadera metodología a las autoridades medievales, era un secreto a voces entre los alquimistas de la época. Su omnipresente lema Ora et Labora (“Ora y trabaja”) explicaba con exactitud cómo pretendían transformar los metales, a ellos mismos y, finalmente, al universo entero.

El movimiento quietista
El movimiento quietista tiene sus raíces en las enseñanzas del místico cristiano Meister Eckhart (1260-1328). Él creía que al escapar de la tiranía del yo a través de la purificación de la conciencia, uno podría alcanzar la unión con Dios. Esa semilla del misticismo echó raíces en la Iglesia y finalmente floreció en España en los escritos de un sacerdote llamado Miguel de Molinos (1640-1696). Sus ideas se extendieron rápidamente a Francia e Italia y finalmente se convirtieron en uno de los movimientos espirituales más populares de Europa.
Los quietistas enseñaron un método de oración contemplativa diseñado para ir más allá del egocentrismo humano para entrar en unión con Dios. Los quietistas creían que es posible tener una experiencia interna de lo divino dentro del alma humana, y que el alma puede alcanzar la perfección divina mientras aún está en la tierra. Pero solo la gracia de Dios puede transformar el alma, lo que solo puede ocurrir una vez que el alma ha sido purificada y elevada a través de la contemplación profundamente intuitiva y la meditación purificadora.
Una de las líderes más populares del Movimiento Quietista fue una monja española llamada Teresa de Ávila (1515-1582).13 El mensaje básico de Teresa era que el ascenso al cielo comienza dentro de nosotros y, como la mayoría de los alquimistas espirituales, enseñaba que la persona no refinada debe transformarse a través de un arduo trabajo interior. “Es una tontería pensar que entraremos al cielo sin entrar en nosotros mismos”, explicó, pero también advirtió que el trabajo requería una purificación preliminar de la conciencia: “La tierra sin labrar, por rica que sea, producirá cardos y espinas; así es también la mente del hombre”.

La verdadera imaginación en la meditación
La verdadera imaginación de los alquimistas no debe confundirse con la ensoñación o la fantasía.
Carl Jung la denominó con la palabra latina Imaginatio para diferenciarla del concepto común de imaginación. La verdadera imaginación en realidad visualiza los procesos sutiles de la naturaleza y se conecta con los arquetipos divinos.
“El concepto de Imaginatio”, dijo Jung, “es la clave más importante para comprender la obra alquímica. Tenemos que concebir estos procesos imaginarios no como los fantasmas inmateriales que consideramos que son las fantasías, sino como algo corpóreo, real: un cuerpo sutil”. “Por lo tanto, también deberías saber”, dijo Paracelso, “que esta Imaginación perfecta que viene del Astral, surge del Alma” y “conduce la vida así descifrada de nuevo a su realidad espiritual, y entonces toma el nombre de meditación”.
Lo que Paracelso quería decir era que la Imaginación Verdadera re-imagina la fuente divina de cualquier cosa y accede a ella en la meditación. Esta realidad oculta siempre está presente, pero los ojos de los hombres comunes no la ven. Solo el ojo de la mente de la conciencia purificada y la fuerza de la Imaginación Verdadera pueden percibir la visión divina de la que hablaban los alquimistas.
Carl Jung explicó el papel de la Imaginación Verdadera en la meditación alquímica con una increíble perspicacia: “El acto de imaginar era una actividad física real que podía encajar en el ciclo de cambios materiales que los producían y que era producido por ellos a su vez. El alquimista se relacionaba no solo con el inconsciente sino directamente con la sustancia misma que esperaba transformar a través del poder de la imaginación. El acto de imaginar es, por tanto, un extracto concentrado de fuerzas vitales, un híbrido por excelencia de lo físico y lo psíquico. En el apogeo de la alquimia no había una división entre mente y materia, sino un reino intermedio entre mente y materia –un reino psíquico de cuerpos sutiles– cuyas características son manifestarse en una forma mental y material”.
En resumen, la Imaginación Verdadera intenta capturar la esencia de las cosas “tal como Dios las sueña”. Por lo tanto, cuando los escritores herméticos hablan de “ver con los ojos del espíritu”, están describiendo un proceso que penetra en el misterio de las cosas más allá de su apariencia externa, hasta la Quintaesencia interior o la “Cosa en Sí”.

Oración contemplativa
Para los alquimistas de la Edad Media y el Renacimiento, la oración contemplativa era lo que practicaban en el Laboratorio Interior. Este tipo de meditación se representa como la “primera etapa” de la Gran Obra en la Figura 2. Lo que muchos consideran como meditación hoy en día se basa principalmente en métodos orientales que no estaban disponibles para los europeos de esa época. La herramienta principal para el trabajo en el Laboratorio Interior durante el apogeo de la alquimia no era la meditación sino la oración contemplativa. Albertus Magnus, Roger Bacon, George Ripley, Agrippa, Paracelso, Raymond Lully, Nicholas Flamel, Isaac Newton y la mayoría de los otros alquimistas europeos usaban la oración contemplativa en su trabajo espiritual.
Desde el principio, la meditación alquímica fue diferente de las formas de meditación populares hoy en día. No se requería ninguna postura especial. No había ningún mantra, palabra mágica o práctica ritual que estableciera por sí misma el estado de conciencia deseado. El trabajo comenzaba inmediatamente cuando el alquimista ingresaba al Laboratorio Interior retirándose del mundo.
No era necesaria una preparación complicada, ya que se consideraba algo completamente natural.
Una vez que la atención se dirigía hacia el interior, dependía de la disciplina mental del alquimista alcanzar los estados superiores de la mente. Lo más importante es que las etapas iniciales de la contemplación del alquimista implicaban un trabajo interior activo en los niveles psicológico y espiritual. En este tipo de trabajo siempre existía un objetivo espiritual específico, aunque normalmente era la unión personal con la Mente divina.
A pesar de lo que nos han dicho muchos escritores herméticos, no se pueden negar las raíces cristianas de la alquimia occidental. El tipo de oración practicada en las religiones abrahámicas (judaísmo, islam y cristianismo) se convirtió en la práctica espiritual de los alquimistas medievales. A finales del siglo XIII, la alquimia ya había desarrollado un conjunto estructurado de principios fundamentales. Estos incluían no solo las teorías de Hermes resumidas en la Tabla Esmeralda, sino también la idea bíblica de que el alma humana estaba dividida después de la caída de Adán.
La curación del alma era el objetivo compartido tanto de la alquimia como de la tradición religiosa. Ciertamente, existían diferencias de opinión sobre cómo lograrlo, pero sus raíces filosóficas estaban plantadas en el mismo terreno. El logro supremo de la alquimia espiritual, el Mysterium Coniunctionis ("matrimonio sagrado"), implicaba la reunificación de las partes separadas del alma.
La obra sagrada de perfeccionar el alma es la Gran Obra de la alquimia. Las operaciones de transformación alquímica se consideraban principios universales, por lo que si uno podía aprender el secreto de transmutar el plomo en oro, podía utilizar las mismas técnicas básicas en el nivel espiritual.
A pesar de sus conflictos, la Iglesia medieval y los alquimistas tenían el mismo objetivo eterno: la redención del alma humana.



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